Como gran parte de las sociedades de la antigüedad, los griegos creyeron en un lugar de reposo eterno, más allá de la vida, el Hades.
La geografía del inframundo comprende diferentes ambientes, que dependiendo del autor que nos lo haya transmitido, están dentro o fuera de sus límites. Todo ello gobernado por el dios Hades, que daba nombre al lugar. La cultura moderna nos muestra a un personaje maléfico y oscuro, pero Hades no era diferente a los demás dioses, especialmente de los del olimpo. Hades era hijo de Gea y Crono, junto con Zeus, Deméter, Hestia y Hera, y luchó junto a ellos para derrotar a los Titanes, tras lo cual, se dividieron los diferentes reinos a gobernar, y a Hades le tocó el inframundo.
En cualquier caso, tras la muerte, el difunto se encontraba en medio de la gran Pradera de Asfódelos, la cual se hallaba delimitada por cinco ríos: el Aqueronte (pena), el Lete (olvido), el Cocito, (lamento), el Flegetonte (fuego) y el Estigia (que proporcionaba la inmortalidad). El alma del difunto debía cruzar el Aqueronte para acceder a su lugar de reposo eterno. Este río existe de verdad, los antiguos griegos solían mezclar elementos míticos con reales, y se encentra situado en el Epiro, la región noroccidental de Grecia. Allí les esperaba una barca que era guiada por Caronte, que ayudaría al difunto a pasar a la otra orilla, previo pago de un óbolo (una moneda). Es por ello que a los difuntos se les solía poner una moneda bajo la lengua, incluso en los ojos, en el momento de enterrarlos, para que pudieran pagarse ese peaje. Aquellos que eran más pobres y no se podían permitir la moneda, vagarían eternamente por la Pradera de Asfódelos.
Una vez llegado al otro lado, se encontraban con el Can Cerbero, el perro de Hades. Un animal con tres cabezas que vigilaba que no entrara ningún vivo, y que no saliera ningún muerto.
Luego, Hermes, el mensajero de los dioses, llevaba al difunto ante un tribunal que presidían Minos, rey de Creta, su hermano Radamantis, y Éaco, rey de Egina. Allí había tres posibilidades de sentencia. En caso de que el alma del difunto no exhibiera ni buenas, ni malas acciones, se le devolvía de nuevo a esos campos de Asfódelos. Si se daba el caso de que se le reconocían actos bondadosos y/o heroicos en vida, se le enviaba al Eliseo, “llanuras alcanzadas por el rayo del sol”. Un lugar gobernado por el mencionado Radamantis, que según escribió Homero, se situaba “en el borde occidental de la tierra junto a la corriente del océano”. Allí los dioses, los héroes y las gentes que realizaron grandes cosas en vida, positivas por supuesto, moraban en medio de grandes praderas en las que los pecados y la maldad no tenían cabida. Además, se nos dice que los residentes del Eliseo, tenían la posibilidad de regresar a la vida, si así lo deseaban, aunque pocos lo hacían.
Pero si durante su vida había obrado de forma maléfica, su alma se veía destinada al Tártaro. Ese lugar, una mazmorra en lo más profundo de las entrañas de la tierra, había sido inicialmente concebido para albergar a los Titanes, pero con el tiempo se convirtió en la morada de los más viles y malvados personajes.
Junto a Hades, reinaba en el inframundo su esposa, Perséfone, a la cual había raptado, pero que, por inferencia de Zeus, debía dejar salir al mundo de los vivos para que se reuniera con su madre, Deméter, durante 6 meses al año, dando origen a las estaciones de primavera y verano, mientras que en otoño e invierno, debía volver al lado de su esposo.
Así, cuando llegue la próxima primavera, piensen en ello y alégrense, porque Perséfone habrá salido del inframundo para llenar de vida y color a la tierra de los mortales, al mundo en el que vivimos.
Fantástica descripción del Hades, del inframundo griego. Me gustaría apuntar, con el permiso del profesor Arias, que este Dios Olímpico, Hades, era el más rico de todos ellos, ya que al ser el Dios que regía el inframundo o submundo era también el dueño de todas las riquezas que entraña la tierra, es decir, de todos los metales, incluidos el oro y la plata.
Salu2 desde Mérida.